13.1.05

La sombra del divorcio

Argentina Seikyo Año 36 / N° 998 / Buenos Aires, Sábado 15 de Junio de 2002

¿Hasta que la muerte nos separe?
La sombra del divorcio Las estadísticas dicen que es uno de los dolores más difíciles de sobrellevar y que, por la crisis, hay muchas separaciones que se posponen. A quince años de aprobada la ley del divorcio, una mirada que rescata las esperanzas que pueden renacer de las cenizas

Hace quince años, en nuestro país se sancionó la nueva ley de matrimonio, que incorporó la figura del divorcio. Si bien, en un principio, se produjo un aluvión de solicitudes para divorciarse, hoy cada vez son menos las presentaciones. Un artículo para reflexionar sobre las esperanzas que renacen de las cenizas que produce la separación.

Dice el diccionario: “Divorcio: Es la ruptura del vínculo conyugal con carácter voluntario por uno o ambos cónyuges. Es separar, apartar personas que vivían en estrecha relación, o cosas que estaban o debían estar juntas”. La que ofrece el diccionario es una aproximación básica a esta cuestión. Pero hay otras posibles. Divorcio es dolor y es esperanza. Es angustia y también alivio. Es el fin de una historia de dos, y es también un nuevo comienzo. Hay tantas historias y casos de divorcios cómo cantidad de personas. Parejas jóvenes, de mediana edad o mayores, con o sin hijos. Historias de caracteres incompatibles, violencia, infidelidad. Vidas que toman caminos paralelos, donde ya no es posible construir un proyecto en común. No es posible juzgar si alguno de los casos es más doloroso que otro.

Las investigaciones en el campo de las ciencias sociales y de la psicología coinciden: junto con la muerte de los seres queridos, el divorcio es uno de los momentos de la vida más dolorosos de enfrentar. En nuestro país, la sanción de la nueva ley de matrimonio, que incorporó la figura del divorcio vincular, marcó un antes y un después para la sociedad argentina. Fue en 1987, durante la presidencia del radical Raúl Alfonsín. Tan sólo hace quince años. En esos días, en el país había 1.500.000 separados. Y la Argentina era uno de los siete países del mundo donde no era posible divorciarse. La discusión sobre el divorcio comenzó al término de la última dictadura militar. Pero la democracia necesitó tomarse cuatro años para su aprobación en el Congreso. Un año después de su sanción, en 1988, hubo un aluvión de solicitudes de divorcio en la Capital Federal: 18.112. Después, los números bajaron. En los 90, hubo un promedio de 6.300 divorcios por año. Mientras que, desde 2000, el promedio anual descendió a 5.700. En 2001, fueron 5.447. Diez años antes, 7.876. Estos registros señalan que, cada vez hay menos divorcios en el país. Y las encuestas revelan las situaciones que retrasan muy frecuentemente este tipo de decisiones. Por ejemplo, la crisis económica es uno de los factores por los que actualmente se postergan casamientos y disoluciones de matrimonios. Para muchos argentinos, las cuentas no cierran cuando hay que hacer frente a los gastos de dos casas. Ante la incertidumbre y la inseguridad económica y social, hay matrimonios que eligen continuar con la convivencia, aunque la pasen verdaderamente mal juntos.

Es muy frecuente relacionar el divorcio con el fracaso. Porque un proyecto de a dos no funcionó, porque se acabó el amor, porque se esfumó un sueño, porque ganó la infelicidad y el sufrimiento sobre la armonía y el bienestar. En un primer momento, al evaluar la decisión de un divorcio, a los hombres y a las mujeres no les resulta una tarea sencilla procesar el dolor que pareciera inundar la vida por entero. Y no les resulta una tarea sencilla tampoco sobreponerse al sufrimiento, y considerar a esa etapa que se termina y a esa otra que comienza, como una nueva oportunidad para seguir luchando por lograr la felicidad.

Hacer una apología del divorcio sería lo mismo que salir a defender uno de los tantos sufrimientos que, a veces, deben atravesar los seres humanos. No se trata de eso. Sino de luchar por comprender que lo más importante en la vida es el logro de la verdadera felicidad: ya sea que alguien se case o no, que tenga hijos o no, que se divorcie o no. Decidir divorciarse es una cuestión de libre albedrío. El presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, señaló sobre esta cuestión: “Nadie tiene derecho a decirle a alguien que se divorcie o que no se separe. [...] También hay personas que, luego de divorciarse, vuelven a formar un nuevo matrimonio y alcanzan una felicidad inimaginable”.

El divorcio suele ser visto como un peligro de desintegración familiar, pero también puede ser una oportunidad para crecer, si la crisis se resuelve, ya que como toda crisis, al resolverse, se pasa a otra etapa de cambio. Frente al fin de un vínculo tan profundo, como lo es el matrimonio entre un hombre y una mujer, es posible sobreponerse al dolor. Poner fin a una situación que nos produce tanto sufrimiento. Un buen punto de partida para evaluar esos asuntos es comprender que nadie puede construir su propia felicidad a costa del sufrimiento ajeno. Aun cuando existan hijos. Lo ideal para ellos, quien puede desconocerlo, es que los padres se amen y tengan una buena convivencia. Pero, cuando esto no es posible, y se terminan divorciando, esta decisión no significa que los hijos tendrán una vida infeliz. Son muchos los casos en que esos niños se convierten en excelentes adultos, precisamente, por la adversidad que pasaron en aquellos momentos críticos. ¿Existe una receta para evitar el divorcio? Obviamente no.

Sin embargo, el Budismo de Nichiren Daishonin señala que el verdadero amor sólo es posible entre personas que tienen madurez y autonomía, entre personas independientes. Por eso, es tan importante el desarrollo de uno mismo. Lograrlo implica realizar un cambio interior, vencer la debilidad íntima, construir una firme y sólida identidad. La felicidad no es algo que pueda darnos otra persona o una relación de pareja. No es un estado de vida que el ser querido pueda otorgarnos, aunque lo desee. Es uno quien debe cultivar la capacidad de ser feliz, en forma autónoma y libre. Para eso, el único camino está en desarrollarnos como seres humanos, desplegando al máximo nuestro potencial interior. Nadie podrá habitar una casa que se construyó sin cimientos.

El amor verdadero no vuelve dependientes a las personas. Sólo es posible entre dos seres humanos fuertes, seguros de su individualidad. Quien posee un corazón egoísta y una visión superficial de la vida sólo podrá construir relaciones superficiales. Si queremos experimentar el amor verdadero, no es necesario someterse a lo que el otro desea que hagamos o fingir ser alguien que no somos. Al referirse a su propia experiencia de pareja, Daisaku Ikeda expresó: “¿Cuán hermosa será la canción que resulte de la unión entre dos compañeros de vida?

Me preguntan cuáles son los principales ingredientes de una convivencia profunda y armoniosa. Pues, si me remito a mi experiencia de vida, las dos cosas más importantes son: el agradecimiento y la existencia de un objetivo en común”. Antoine de Saint Exúpery, el autor de “El Principito”, solía decir: “El amor no consiste en dos personas que se miran una a la otra, sino en dos personas que miran juntas en la misma dirección”. Divorcio, en ese sentido, sería la decisión a la que se arriba luego de comprender que ya no es posible mirar en la misma dirección.

1 comentario:

GeorginA dijo...


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