29.1.05

Los tres carros y la casa en llamas (Una Parábola)

Parábolas y cuentos budistas
Tomado de Editorial Seikyo Argentina Marzo 2001

A continuación, presentamos la historia de “los tres carros y la casa en llamas”, que figura en el capítulo “Parábolas y semejanzas” (“Hiyu”, tercero) del Sutra del Loto. Esta es la primera de las siete parábolas que aparecen en ese sutra; las demás son la del hombre rico y su hijo pobre, que está en el capítulo “Creencia y comprensión” (“Shinge”, cuarto); la de las tres clases de hierbas medicinales y las dos clases de árboles, contenida en el capítulo “La parábola de las hierbas medicinales” (“Yakusoyu”, quinto); la de la ciudad fantasma y la tierra de los tesoros, del capítulo homónimo (“Kejoyu”, séptimo); la parábola de la joya en la túnica, del capítulo “La profecía de iluminación a los quinientos discípulos” (“Gohyaku Deshi Juki”, octavo); la de la joya preciosa en el rodete, del capítulo “Prácticas pacíficas” (“Anrakugyo”, decimocuarto), y, por último, la parábola del hábil médico y sus hijos enfermos, del capítulo “Duración de la vida” (“Juryo”, decimosexto).


Las parábolas desempeñan un papel muy importante dentro del Sutra del Loto, pues Shakyamuni las utiliza para predicar la Ley y hacer que todos los seres vivientes puedan abrir su camino hacia la iluminación. La profunda misericordia del Buda es, entonces, la fuente de donde surgen estas lúcidas metáforas. Nichiren Daishonin señala: “La ‘gran misericordia’ [del Buda] es como el amor abnegado que siente una madre por su hijo”. Este “amor maternal” se ve claramente representado en tres de las siete parábolas principales —la de los tres carros y la casa en llamas, la del hombre rico y su hijo pobre, y la del médico excelente y sus hijos enfermos—, a través de las cuales el Buda describe cómo un padre salva a sus hijos del sufrimiento.

Hoy veremos una de ellas:

En una aldea de la antigua India vivía un hombre de considerable riqueza. Poseía una gran mansión, aunque muy venida a menos y deteriorada. Cierto día, inesperadamente, se produjo un incendio en la casa, y el edificio entero quedó envuelto en llamas. Los numerosos hijos de este hombre se hallaban dentro del edificio pero, absortos en sus juegos, no se dieron cuenta del desastre que los rodeaba. Las llamas hicieron que salieran de sus escondrijos insectos ponzoñosos, serpientes, ratas, zorros, lobos, duendes, hados y espíritus malignos. Estupefacto, el padre se preguntó: “¿Puedo ponerme a salvo cuando mis niños están a merced del fuego?”. Decidido, se lanzó a la carrera para salvar a sus hijos, al tiempo que los exhortaba a que salieran de inmediato.Pero los pequeños, capturados por el éxtasis del juego, no comprendían que la casa se estaba incendiando. No sabían, tampoco, qué significaba el peligro de morir carbonizados. Por lo tanto, ignoraron las palabras de su padre.

Desesperado, el hombre ideó un plan. Les dijo a los niños que afuera había tres carros que esperaban por ellos, tal como siempre los habían soñado: uno, tirado por un carnero; otro, tirado por ciervos, y el último, tirado por bueyes. El hombre rogó a sus hijos que abandonaran la casa y escogieran el carro que más les gustara. Al oír semejante propuesta, los niños se abalanzaron hacia la puerta en busca de esos carros de ensueño. Y, de ese modo, se libraron del peligro de las llamas, justo cuando estaban a punto de morir. Cuando los hijos reclamaron a su padre los tres carros, este no les entregó vehículos tirados por bueyes, carneros o ciervos. En cambio, les otorgó a cada uno “un gran carruaje de calidad y tamaño uniforme”, tachonado de joyas y brillantes, tirado por un buey blanco.

Como este hombre poseía muchísimos tesoros en sus bóvedas y depósitos, aprovechó la oportunidad para adornar los carruajes con oro, plata, lapislázuli, ágata y demás piedras preciosas, antes de uncir a ellos los bueyes blancos. Hizo poner “rieles y barandas en derredor de cada coche / y, en cada lado, profusión de campanillas. / De oro trenzado, cordones y pasamanería, / y redecillas de perlas / extendidas coronando los techos”. Los bueyes blancos que estaban uncidos a los carruajes eran animales soberbios, de cuero puro y lustroso. Su andar majestuoso tiraba de cada coche con suavidad y elegancia. Y, lanzados a la carrera, eran más veloces que el viento. Cuando los hijos subieron a los vehículos, pudieron disfrutar de un viaje encantador. El Sutra del Loto dice: “No hay seguridad en los tres mundos; son como una casa en llamas”. La imagen de la morada envuelta en fuego es una metáfora para describir el mundo en que vivimos, rodeado por las llamas del sufrimiento.

Esta parábola logra imprimir en nuestra mente la imagen vívida del peligro que corre una vida cuando se entrega ciegamente al placer. El hombre rico representa al Buda, y los hijos que juegan en la casa son todos los seres vivientes, incapaces de reconocer que se encuentran en un mundo lleno de pesares, expuestos a ser devorados por las llamas del sufrimiento. Los tres carros que el padre había prometido representan los llamados “tres vehículos”: el que está tirado por carneros simboliza el camino de los discípulos que escuchan la voz (Aprendizaje); el carro uncido a los ciervos, el camino de los pratyekabuddhas (Comprensión Intuitiva); y el que es tirado por bueyes, el de los bodhisattvas. Pero el gran carruaje uncido a un buey blanco que el padre le dio a cada hijo es la representación del estado de Buda, el “vehículo único”. En otras palabras, significa la enseñanza mediante la cual uno puede manifestar la Budeidad.

De igual manera, al decir que el carruaje podía surcar libremente los caminos más traicioneros, está señalando que el estado de Budeidad no sabe de restricciones. La forma en que el padre capta la atención de sus hijos es una metáfora de la manera en que el Buda enseñó los tres vehículos, configurando su doctrina para que la gente pudiera comprenderla, de acuerdo con la capacidad subjetiva de cada uno. El hecho de que, al final, el padre les haya dado a sus hijos un gran carruaje tirado por un buey blanco nos dice que la verdadera enseñanza del Buda no son los tres vehículos, sino el vehículo único de la Budeidad. Cuando el padre ofrece a los niños los tres carruajes para instarlos a salir de la casa en llamas, está ejerciendo su facultad de aliviar el sufrimiento. Cuando les obsequia con los sublimes carruajes tirados por bueyes blancos, está ejerciendo su poder de brindar alegría. El gran carruaje también marca un claro contraste con la casa envuelta en llamaradas. Los seres vivientes, sumergidos en la ignorancia, no reconocen que la casa en que habitan está incendiándose. Del mismo modo, tampoco reconocen que su propia vida posee el estado de Buda. A través de las parábolas, el Buda busca que los seres humanos tomen conciencia de la naturaleza espléndida y magnífica que poseen en su interior.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente explicación.